El sistema educacional que tiene como fin la formación y desarrollo del individuo se sustenta sobre bases tan falsas y obsoletas que solo podemos decir a favor de ellas: Miren el mundo, ahí esta el resultado, ese es el producto de su esfuerzo. Un hombre reprimido, inhibido, inestable, que realiza desesperados gestos para no sucumbir en un mundo que solo intenta aplastarlo, enloquecerlo.
Antes que nada es necesario aprender a aprender. Cuando se han vencido las barreras intelectuales, el actor está, recién, abierto verdaderamente al aprendizaje. Nuestra sociedad tiene como pilares la “aprobación – rechazo”, este es el regulador del esfuerzo y la posición, y sobre todo el sustituto del amor. Nuestras libertades personales están liquidadas. El slogan que nos meten desde la cuna es “un bebe bueno no llora” y a partir de ahí el desastre es completo. Recorremos nuestra vida con el deseo de ser queridos y aceptados temiendo a cada instante el rechazo. Vivimos pendientes del capricho de los demás. Nos han enseñado qué cosas “buenas” son aceptadas y cuales “malas” rechazadas, y solo deseamos adaptarnos a esos moldes fabricados por una sociedad enferma, y nos vamos enredando hasta quedar prisioneros de la aprobación – rechazo. Ya no podemos ser creativos. Nos han anulado. Nuestros sentidos fueron atrofiados. Solo sabemos ver con los ojos de los otros, oler con la nariz de los otros, pensar con el cerebro de los otros. Solo funciona una mínima parte de nosotros. Perdemos la posibilidad de la propia experiencia. Dependemos de lo que digan los otros, no podemos conectarnos libremente con los problemas, y en el deseo desesperado de vivir a través de los demás o en el intento de evitarlo nuestra identidad se obscurece, nuestra mente se deforma, perdemos nuestras espontaneidad, y la capacidad de aprender ha sido afectada. Todo nuestro esfuerzo se encamina a construir una armadura con el fin de protegernos de los demás y de nosotros mismos y vivimos una ridícula opereta, tratando de ser “buenos” y evitando lo “malo” o siendo malos porque no nos es posible ser buenos, sujetos a la aprobación o al rechazo de la autoridad. Asi crece el niño modelo, aparece el esposo ideal, el empleado ejemplar. Surgiendo una fachada que solo es un estereotipo. Un falso yo con apariencia de normal.
R. D. Laing observa: “Existe la tendencia del falso ‘yo’ a asumir, cada vez más, las características de la persona o personas en que esta basado su consentimiento. Este asumir las características de la otra persona puede llegar a convertirse en un remedio casi total del otro. El odio al remedio de la otra persona comienza a convertirse en una caricatura”. “Hoy solo podemos comenzar a pensar, sentir solo desde nuestra propia alienación.” “Para que esta alienación sea nuestro destino actual –dice Laing – se requiere una violencia atroz, perpetrada por seres humanos contra seres humanos”. “La humanidad esta enajenada de sus propias posibilidades.” La gran mayoría hacen el trabajo que tienen que hacer independientemente de lo que desean. El camino del hombre es una larga renuncia a las necesidades del yo. Va aprendiendo en el transcurso de su carrera a poner en lugar de su yo interior, un estándar de vida. Y comienza una cruenta lucha para alcanzar una casa propia, un automóvil, una heladera, muebles, etc., pagando el elevado precio de aplastar sus deseos y autenticas necesidades. Y su sueño de “apuntar al cielo” como dice J. Henry, sufre una grave renunciación, hipotecan su individualidad, pierden su libertad, solo resta un ser conformista.
Carlos Gandolfo